Fouché

Hay que agradecer el rescate que Jaume Vallcorba, fundador hace 15 años de la barcelonesa editorial El Acantilado, está haciendo de la obra de Stefan Zweig. Y no sólo porque lo hace como debe ser, con nuevas traducciones y una inteligente programación en el relanzamiento de los títulos, sino porque Vallcorba tiene un don más escaso aún entre editores que el de detectar la novedad literaria que triunfará: el de rescatar clásicos dormidos u olvidados, en la hora perfecta para su reencuentro con los lectores.Que a Zweig, reconozcámoslo, hacía más de medio siglo dejaron de leerlo, y de quien, si acaso, se interesaban por su muerte en Petrópolis, suicidado con su esposa, y por El mundo de ayer , su autobiogra fía póstuma, y sólo como ilustración de las consecuencias de la barbarie nazi para uno de los últimos representantes de la brillante cultura vienesa finisecular, devorada por sus propios hijos, los saturninos europeos.Hace unos años descubrí Castellio contra Calvino , que aunque pertenece al ciclo de biografías de Zweig -y donde de hecho presenta, con su a veces irritante subjetividad y psicologismo, no una, sino tres vidas: las de Jean Calvin, Sebastián Castellio y Miguel Servetse deja leer como un ensayo por libre sobre la eterna lucha entre emancipación y sometimiento, conciencia individual y fanatismo colectivo, humanidad y atrocidad. Ahora he leído la que en 1929 dedicó al primer duque de Otranto, el temible y muy temido Ministro de Policía de la Francia postrevolucionaria, el hombre que concibió, sistematizó y ejecutó las actividades de control, fichaje, espionaje y represión de sus connacionales; el creador, en suma, del prototipo de los...

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