Nuestro

A quien no vaya por la vida con anteojeras nacionalistas, el discurso público en Venezuela puede producirle efectos lisérgicos. Un país que visiblemente se cae a pedazos, que ha dejado de producir lo básico para garantizar la subsistencia de sus habitantes, gobernado por mafias, entregado a todas las formas de violencia, no puede ser se frota los ojos ese hipotético cuan infrecuente observador que sea el mismo del que se perora día y noche en los medios de comunicación y las redes sociales. Que si en algo coinciden todas esas voces, esa plétora de opiniones, esas proclamas machaconamente proferidas, es en su talante esquizoide: cuanto más degradada la realidad, más orgullo patrio exhiben; cuanto menos preciada la vida individual de los venezolanos, más alto cacarean sobre lo nuestro. Nuestro comandante, nuestra América Nuestramérica, en versión protagónica y participativa, chillan los unos; nuestra Venezuela, nuestro pueblo, se ufanan los otros. Hay hasta quienes juegan a nuestrear en plural mayestático, como reyes de opereta, creyendo que con tan casposo recurso sentarán mejor cátedra.Tal maraña de plurales y po sesivos para envanecerse de una realidad que es pura privación y penalidades, no hace falta ser psicoanalista para desentrañarla en clave de negación: de manera propiamente psicótica, se escamotea una realidad de mengua y menoscabo y se la sustituye por un espejismo alucinatorio de grandeza. Estos delirios son lo propio de los nacionalismos, que derivan todo su atractivo del cultivo irresponsable de la fantasía narcisista de que lo nuestro es lo mejor del mundo. Con ello...

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