Bo Xilai, los abismos de la ambición

El horóscopo de Bo Xilai le vaticinaba que en otoño ingresaría al Consejo Permanente del Politburó del Partido Comunista Chino en el XVIII Congreso, primer peldaño de lo que secretamente ambicionaba, la Presidencia de la República de la gran potencia del siglo XXI. Los analistas y los sinólogos de Occidente lo consideraban el político más popular, aquel que se proyectaba con perfiles poco usuales. No se parecía a ningún otro líder del Partido Comunista, todos reservados, circunspectos como obispos, poco amables ante la gente, a sabiendas quizás, de que se debían a la maquinaria partidista y que, por consiguiente, todo gesto de expresividad, si no era inútil, podría resultar contraproducente. Así fueron todos en la vieja y la nueva época, desde el dios Mao, tan seco como una piedra y tan duro como una roca, hasta Deng Xiaoping, pasando por el inteligente, sutil, ilustrado, Chou En-lai. Distinto de todos, Bo Xilai era tan comunicativo, tan entusiasta, tan contemporáneo, tan seducido por los medios que en China no tenían otra manera mejor de definirlo que dibujándolo como un político occidental. O mejor, un político de Estados Unidos, con un fotógrafo detrás, un beso aquí, un abrazo allá, la sonrisa siempre colgada del rostro aunque no hubiera nadie a quién sonreírle. Por estos gestos y sus políticas, a Bo Xilai se le consideraba po pulista, una palabra fácil que se le dispara a cualquiera. Más que populista, era un demagogo afortunado, el político que cortejaba a las masas aunque las masas en China no cuenten para nada, y su pasión por el poder lo llevó a confundir las cartas del juego. Contra la tabla de mandamientos del Partido Comunista, Bo se lanzó a hacer una campaña popular para proyectar su figura como gran candidato a una de las nueve carteras del Politburó, la máxima autoridad de China, antesala de la jefatura del Estado. No todo eran maneras o es tilo en Bo Xilai. Quiso diferenciarse de sus colegas, percibió que cundía la frustración y el descontento entre las masas, y cifró su popularidad en la resurrección de consignas maoístas, y puso otra vez de moda las viejas canciones revolucionarias. En una palabra, se convirtió en un factor de poder, y asumió el papel de líder de la izquierda del Partido Comunista. No debe haber nada más peligroso en un país como China, y en unas circunstancias como las presentes, que desafiar desde fuera los poderes constituidos. No sólo cortejó su imagen de revolucionario y encarnación de la izquierda y...

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