Un acto de magia recurrente

Me asomo intrigado a la historia de Nicaragua y me en cuentro ante un país que con tenaz persistencia ha atado su historia a una idea obsesiva única, la construcción de un canal interoceánico. Desde la marginalidad y la pobreza, desde las discordias incubadas en el atraso de la cultura política, esta idea fija regresa continuamente al escenario y parece siempre nueva, como recién inventada, aunque detrás arrastra una cola de repeticiones, y, por tratarse de un proyecto siempre imposible, de frustraciones. El paso entre los dos mares, que desde los tiempos del descubrimiento habría de llevar hacia las tierras de Catay y Cipango. Cuando Colón navegaba por la costa del Caribe de Nicaragua en su cuarto y último viaje, en 1502, fondeó sus carabelas frente a la desembocadura del río San Juan, que nunca vio, y tampoco pudo saber que ese río llevaba al Gran Lago, la Mar Dulce como después la llamarían los conquistadores, separado por un breve istmo de las aguas del océano Pacífico. El sueño estaba a la mano y levó anclas sin tocarlo; pero luego, a lo largo de los siglos venideros, aquella ruta, más que un sueño, se volvería una maldición, origen de guerras e intervenciones extranjeras. Todo para que comenzara en 1848 la fiebre del oro en California, y miles de buscadores de fortuna emprendieran el viaje desde la costa este de Estados Unidos hacia las nuevas tierras de promisión. El comodoro Cornelius Van derbilt encontró que la ruta más fácil y segura era a través de Nicaragua, y no yendo hasta el sur, para bordear el Cabo de Hornos, ni a través del territorio continental de Estados Unidos, infestado de tribus de indios hostiles, ni tampoco a través de Panamá, infestado de pantanos y fiebres letales. Nicaragua. Un río, un gran lago, un pequeño istmo en la costa del Pacífico fácil de atravesar por las diligencias tiradas por caballos. Mark Twain, entonces un joven periodista, atravesó esa ruta hacia California y describió en una crónica el milagro de ver el sol encendido sobre una de las riberas del río, y la cortina de lluvia cerrada cayendo sobre la otra. Vanderbilt se hizo millonario y tras sus pasos llegó el filibustero William Walker a apoderarse de Nicaragua. Más tarde, las dragas co menzaron a alzarse y luego a oxidarse sin remedio en el estuario del puerto de San Juan del Norte ÂGreytown para los ingleses, que querían para ellos ese territorioÂ, la puerta del canal desde el mar Caribe, y una ciudad de alucinaciones se alzó entonces allí como...

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