Piscicultura: una alternativa a la minerí­a en La Paragua

En las calles de La Paragua, el último centro poblado del sur del municipio Angostura en el estado Bolívar, abundan dos cosas: huecos pantanosos que dificultan el tránsito de vehículos y jóvenes que serpentean en las vías sobre motocicletas que lucen como nuevas. Tomás Salazar explica las dos particularidades: "Desde hace muchos años ninguna autoridad ha hecho nada para detener el progresivo deterioro de los servicios públicos en el pueblo. Y aquí cualquier muchacho se va para las minas, regresa `embombao' con 10 millones en el bolsillo y puede comprarse una moto. Los fines de semana viene el hombre que las trae en 2 camiones y las vende como pan caliente". Salazar es oriundo de Puerto La Cruz y llegó a La Paragua hace 32 años, junto con un grupo de promotores de un proyecto de granja integral que habían ensayado en Delta Amacuro, con la experiencia que habían acumulado en los movimientos cooperativistas de Sanare, estado Lara. "Nos encontramos con un pueblo esencialmente minero, y nuestro proyecto no tuvo acogida. Una vez estábamos dictando un curso que incluía la siembra de una hectárea de tomate, pero estalló una bulla y todo el mundo se fue tras el oro; no quedó ni un alma para recoger la cosecha", recuerda el hombre que es conocido como "alcalde", apodo que se corresponde con el liderazgo que se le reconoce y que lo llevó a ser presidente de la Asociación Civil Mineros de La Paragua.

La experiencia Manarito. Salazar es de los que rechazan la satanización de la minería por las condiciones de trabajo extremo que supone y el impacto ambiental que causa. Asegura que es posible una explotación que incluya la recuperación de las áreas intervenidas, como se demostró en Manarito, un proyecto de pequeña minería con respaldo estatal, que se emprendió en 1992 a 60 kilómetros al suroeste de La Paragua. "La minería es un hecho cultural; otra cosa es la actitud de la sociedad y del Estado frente a ese hecho", resume Nelson Lezama, politólogo asentado en La Paragua, que prefiere ser identificado como hijo de mineros, nacido en San Pedro de las Bocas, que llegó a ser el segundo pueblo diamantífero de Venezuela. Lezama razona que Manarito fue una experiencia que reivindicó la pequeña minería, previa solución de la ilegalidad que acarrea un modo de vida signado por vicios y corrupción. "Teníamos escuela, dispensarios, servicio de agua potable y de recolección de desechos sólidos, plaza Bolívar, templos de varias religiones y hasta fiestas patronales en...

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