En Caño Amarillo la incomodidad provisional se convirtió en permanente

Las paredes del cuarto donde vive Vilma Bermúdez son de cartón piedra. A través de ellas, dice, se cuelan los ruidos que hacen los vecinos. En la habitación, localizada en el primer piso del edificio Farvenca, en Caño Amarillo, hay dos camas para cinco personas. También hay objetos apilados y una computadora. Hace cinco años, ella residía en una casa del sector Buen Consejo. Ahora, en el lugar donde deberían levantarse seis torres de apartamentos construidas por los Comités de Tierras Urbanas, hay materiales de construcción oxidados.

En el edificio Farvenca viven más de 50 familias. Hay un baño por piso -son 5 pisos en total y algunos cuentan con sanitarios privados- y desde la fachada se ven antenas de Directv. También tienen una bodega en la planta baja. Los residentes llegaron a la edificación después de que los desalojaran de sus antiguas casas con la promesa de que construirían mejores inmuebles.

Antecedentes. En 2005, los Comités de Tierras Urbanas de El Calvario propusieron un proyecto para ese sector, en el mismo terreno en el que se encontraban anteriormente las casas de quienes hoy habitan en el edificio Farvenca. Para alzar las nuevas estructuras tuvieron que demoler las viejas. Carmen Quintero, vocera de los CTU, asegura que el lugar estaba en malas condiciones. "En el edificio estamos mejor que allá".

Noelia Laguna, en cambio, extraña su vivienda de tres pisos, que se encontraba en una zona del terreno en la que ahora hay mallas metálicas apiladas. Después del desalojo se fue a Carayaca, pero la carretera se fracturó con las lluvias en diciembre pasado y decidió regresar a Caracas. Ahora construye su habitación con bloques en la azotea del edificio, y se queja porque Quintero no quiere que se quede allí. En esa comunidad hay más conflictos que baños.

Froilán Mogollón, miembro del CTU Caño Amarillo y también residente del edificio, relata que antes de que derribaran las viviendas buscaron varias opciones para mudarse. No consiguieron nada. Entonces, se reunieron y decidieron tomar la edificación, en la que funcionaba una fábrica de medicamentos y que, además, fue declarada bien de interés cultural en el 2009. Cuando llegaron, dice, el inmueble estaba abandonado.

Empezaron a construir, se instalaron y allí se quedaron. Bermúdez dice que la estadía debía ser provisional: por nueve meses o un año, mientras terminaban la construcción. Pero han pasado más de cuatro años y en el terreno del Buen Consejo, bajo el sol, sólo están las...

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