Banquete en alta mar

El chef Panos Georgopoulos, de obvia procedencia griega, lleva 15 de sus 36 años a bordo de un barco. Nunca se sienta a comer con servilleta y cubiertos, pero todas las tardes prueba más de 50 platos en una cruzada digna de un valiente de estómago y un convencido de vocación. Son las cinco de la tarde, el crucero avanza sereno por el Mar Caribe y ante una gran mesa, él inicia el cotidiano ritual: "Let´s go", anuncia el comienzo. Como un emperador de sabores, se planta en la cocina del barco Celebrity Solstice, mientras la brigada de 56 personas le presenta los platos que esa noche se ofrecerán en la cena de gala en el restaurante principal, The Grand Epernay: langosta con camarones sobre risotto, bisqué con esencia de azafrán, consomé de pato. Con la reverencia del caso, cada cocinero le explica cómo lo preparó, mientras él hinca una cucharita desechable en cada una de las recetas y da su veredicto: "Este no está lo suficientemente crujiente"; "la sopa de maíz está excelente hoy"; "a éste le falta pimienta". Luego de su juicio, el resto del equipo tiene la venia para probar y juzgar. Como un competidor de una carrera de resistencia, Panos sigue su rumbo a las cocinas de los otros restaurantes del barco. En el exclusivo Murano, de cocina francesa, prueba un elevado soufflé tibio de queso de cabra que acaba de salir del horno, ensarta su tenedor en el foie gras y elogia el rack de cordero. En el restaurante Blu, de comida más ligera aunque gustosa, prueba una decena de platos, levanta el pulgar en sello de aprobación y toma agua para seguir su camino hacia los postres, a cargo del chef alemán Sthepen Kuhn: una bandeja con tortas esponjosas y dulces de piña o arándano. De allí pasa a la cocina vecina, la asiática del Silk Harvest, donde se detiene en el sushi y comenta los platos de Vietnam, China y Tailandia que allí se sirven en gustosa fraternidad. El periplo de sabores culmina en Tuscany, el restaurante italiano del barco donde degusta el steak, los lingüini Alfredo en los que se permite doble probada - "es mi favorita"- y el tiramisú con mascarpone. Al final, se toma un café negro con Splenda. "No es por ahorrar calorías. Es porque es más dulce". Al final de ese recorrido, Panos explica el porqué de semejantes rigores. "Aquí nada va a tu boca sin que yo lo pruebe antes. Hacemos posible lo imposible. En una operación como ésta, lo haces o no lo haces. Uno decide cómo", dice desde la convicción. Quiere tener la certeza de aprobar lo que...

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