Bozal de arepas

Dos películas nacionales llegan a la cartelera. Ambas comparten el gusto por la demagogia telefílmica y enmascaran su estética plana bajo el ardid comercial de tratarse de iniciativas independientes. En realidad, distan de ser trabajos alternativos o diferentes a la dieta conservadora administrada por la gerencia de La Villa. De forma pragmática, alientan el escapismo de la audiencia a base de un contenido inofensivo y políticamente correcto, a años luz de sus modelos de guerrilla a imitar. En el extranjero las fabrican con el triple de veneno y desparpajo. Por ironías de la historia, cobran legitimidad cuando el populismo mediático hace de las suyas para ocultar la crisis. En tales condiciones, surgen los estrenos de Er Conde Bond y Solo en casa, cintas aptas para toda la familia. Encarnaciones del efecto negativo de la Ley Resorte sobre el desarrollo del humor en el país. Víctimas de ello son los autores y espectadores, sometidos a padecer una interpretación descafeinada de la picaresca explotada en el pasado. Por ejemplo, la secuela de Benjamín Rausseo vuelve a exhibir el recato moral de su forzada manera de hablar para la pantalla grande. La sala oscura reprime y atomiza su repertorio de monólogos en vivo. Lo mismo ocurre con el Emilio Lovera de 2012. En paralelo, la parodia del hijo de Albertina huele a refrito cocinado a los trancazos y servido antes de tiempo. La obligación de lanzarla en agosto aviva la crudeza de su factura y la caducidad de sus ingredientes. La masa de los efectos especiales no termina de cuajar, así como la consistencia de su guión arbitrario. Incluye un par de chistes de los candidatos a las elecciones presidenciales del 7 octubre y unos esquemas agotados de guerra fría. Tampoco se...

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