Cadenas, el honor de la poesía

El mismo día del acto, en una mañana de cielo limpio y añoranzas, un paseo por la plaza Lara de Barquisimeto, lugar ineludible de los recuerdos de su infancia y juventud, lo animaron a encontrarse con el espacio al cual siempre se vuelve: al de la memoria Violeta Villar Liste Nunca se supo de tertulia mejor al calor de un café con leche apurado a ratos. Allí estaba Joaquín Marta Sosa, poeta, escritor, periodista y, en unas cuantas horas (era la mañana del miércoles 14 de noviembre) orador de orden a propósito del Doctorado Honoris Causa conferido por la UCLA a Rafael Cadenas. También Milena de Cadenas y Silvio, el hijo, ya acostumbrado a vivir en la tertulia permanente que el nombre del poeta convoca. De Joaquín a Milena la palabra recorría la amistad de Cadenas con Salvador Garmendia, mientras, más allá de la mesa del Hotel Príncipe instalada a una cuadra de la piscina y a unas cuantas de la salida a la calle, la ciudad se quebraba en sus bullicios, en sus cotidianas travesuras, en sus hombres y mujeres habitados por el tiempo. Como quien nunca se ha marchado, llegó el poeta a ocupar la cuarta silla del festín mañanero y en ese instante hasta su silencio habló. "Vamos a la plaza Lara, aquí mismo", dijo Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930), eterno caminante de sí mismo, quien desandó la distancia, animado por encontrarse luego de unos cuantos años, con la casa número 16-45, muy cerca del Centro de Historia Larense, de la cual se marchó cuando tenía 20 años con destino a la caraqueña UCV. "Esta fue la última casa donde viví aquí en Barquisimeto", cuenta desde la memoria el hijo de Toribio Cadenas y Rosa González, hermano de Omar, Honorio, José María y Gladys, pero también de Rafael Cordero, a quien sólo le faltó el vínculo de sangre para ser un Cadenas más. Con esta cofradía de afectos, además de sus amigos, bajaba presuroso al río Turbio. "Ahora me dicen que está seco, pero antes el agua nos llegaba a la cintura. Era de color cenizo, de allí su nombre", explica mientras celebra con la mirada puesta en el horizonte de lo que fue, el recuerdo intacto del niño estudiante de la Escuela Bolívar y luego del adolescente brillante del Liceo Lisandro Alvarado. La reja de la casa 16-45 permanece cerrada sin medir ilusiones. El poeta quiere entrar: recorrer su patio interno, sus pasillos antiguos y los cuartos donde fue feliz. El dueño no está. Tampoco la casa es la casa pero, y lo celebra jubiloso, en el antiguo hogar sacan fotocopias y se ocupan de otros menesteres vinculados con el oficio de la tinta y el papel. "Por lo menos se acerca al espíritu del libro", le comenta satisfecho a su esposa Milena, a quien le dedicó su libro Memorial y cuya presencia cercana, en un banco muy bien puesto frente a la iglesia San Francisco de la plaza Lara, le trae el recuerdo de San Juan de la Cruz: "Quien anda en amor, ni cansa ni se cansa". Pero, un poco antes (lo de Cadenas y Milena sentados uno al lado del otro fue después), Joaquín Marta Sosa, subyugado por esto de los recuerdos y la historia de la memoria, citó a Alejo Carpentier y una anécdota curiosa de Luis Buñuel, mientras los estudiantes del Colegio Diocesano se entregaban al sonido del recreo y los hombres y mujeres de prisas citadinas se perdían por oír y no escuchar, al poeta...

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