Chavismo o muerte II

La conclusión más elemental que se desprende del simple acto de observar la conducta de la oposición es que sus dirigentes no son chavistas, aunque tampoco son antichavistas. La pregunta que se impone es si por ese camino podrá restaurarse algún día la democracia en Venezuela. El origen de esta ambigüedad suicida es el esfuerzo que todavía hacen muchos de ellos por seguir al pie de la letra las normas que definían aquel falso bipartidismo adeco-copeyano que murió definitivamente en las elecciones de 1998. Tiempos de pura guanábana. De adversarios sin enemistad, que diluían sus diferencias en la tranquila alternancia de unos y otros en Miraflores. Todo perfectamente de acuerdo con el diseño trazado por los estrategas de Washington para armonizar en Venezuela, como en Estados Unidos lo hacían demócratas y republicanos, los tópicos de una democracia bipartidista moderna. A partir de 1999 todo cambió de golpe y porrazo. No obstante, los partidos de oposición siempre se han negado tercamente a reconocerlo. Ni siquiera cuando el truco del quino truncó la legítima representación opositora en la Asamblea Constituyente de 1999 actuaron de manera diferente. Tanto que, desde entonces, para el chavismo no existe la opción de las relaciones peligrosas. Desde entonces, los valores pudieron pasar a ser absolu tos. Todo o nada. O sea, amigos incondicionales del régimen o enemigos a muerte. Sin medias tintas ni pendejadas. La ruptura del esquema se había desencadenado años atrás, con el estallido del Caracazo y con los cañonazos del 4 de febrero. Poco importa que la protesta popular de 1989 y el pronunciamiento de Chávez, tres años más tarde, no tuvieran éxito. Lo que cuenta es que ambos hechos abrieron una honda e irreversible fractura política en la sociedad venezolana. Y que no obstante, para la mayoría de los dirigentes políticos de oposición, la vida siguió como si nada de trascendencia hubiera realmente ocurrido. La consecuencia principal de este no querer ver lo evidente fue, primero, el triunfo electoral de Chávez en 1998, y después, que durante 14 años, él y ahora sus sucesores gobiernen a Venezuela como les da la gana, mientras la oposición, víctima sin remedio de los gases tóxicos del peor electoralismo democrático, ha tratado infructuosamente de disimular su fracaso existencial alimentando la esperanza de ser parte del sistema, aunque este sea, por definición, radical e irremediablemente excluyente. De ahí que Henrique Capriles...

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