Consecuencias de un magnicidio

Mientras escribía la novela Suma rio, me pregun té muchas veces por qué razón el asesinato de Carlos Delgado Chalbaud fue olvidado tan pronto. Esta suerte de desvanecimiento me interesó más que saber con exactitud cuál fue la participación de Marcos Pérez Jiménez.

Quizás mi interés se debió a una creciente fascinación por la figura inasible de Carlos Delgado. ¡Cuánto hubiera dado por verlo conversar, planificar, incluso dudar! A medida que avanzaba la novela, su espíritu se fue colando entre las líneas y cada vez me conmovía más su foto meditabunda, colocada en mi mesa de trabajo como si fuera un abuelo al que debía rendir culto, y cuentas.

Mientras más se conoce so bre Delgado y su muerte, más se adentra uno en un delta de incertidumbres y secuencias inexplicables, en el alma de un hombre sin creencias ni convicciones, sin arraigo... Fue justo mientras revisaba esta confusa frontera, cuando comprendí por qué el personaje me resulta tan cautivador: Carlos Delgado tiene mucho de lo que quiero llegar a ser.

La clave de esta epifanía se la debo a un aforismo de Rafael Cadenas publicado recientemente en el suplemento Pa pel Literario de El Nacional: Toda creencia es un confinamiento. Y de manera más explícita a una frase de Francisco Vera Izquierdo que se lee en el libro La incomprensible, diver tida y asombrosa vida de Paco Vera: Para gobernar es me nester, primero, ser muy bruto; segundo, dar muchos palos, y tercero, estar convencido de tener la razón. Acerca del mando nada digo porque perros y caballos es lo único que he logrado que me obedezcan; pero tocante a creencias, sí he pensado siempre que el enemigo de la verdad no es el error sino la convicción.

Puedo afirmar que Delgado no tenía nada de bruto, que no le gustaba nada dar palos y que era un buen jinete, pero no tan buen comandante. Allí está su gran desventaja frente a Pérez Jiménez, un hombre astuto para aprovechar las ocasiones y las oportunidades, y muy bruto para saber cuáles son las primeras causas y las últimas consecuencias.

Delgado avanzaba sobre su formación e inteligencia con la sempiterna pesadumbre de quien no está convencido, de quien no está seguro. ¿Cómo creer en los adecos o en los militares? Se utilizaba su imagen, su capacidad organizativa, sus opiniones, mientras él cruzaba por la política buscando la razón y sin tenerla jamás. Es desde el inicio un fantasma que se mueve por los bandazos del poder, hasta que se hace demasiado corpóreo y hay que sacrificarlo. Su...

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