La vida es una crónica hecha de intersecciones casuales

Cuando el azar gobierna Uno de los rasgos más perturbadores de la obra novelística de Paul Auster es que el lector se ve obligado a adentrarse en ella sin la guía confiable de una brújula o un mapa. Todo menos la certeza de un viaje seguro es lo que le aguarda a quien acepte el reto de explorar su prosa de ficción. No saber nunca, a ciencia cierta, adónde lo llevarán a uno sus páginas, es lo que hace que la narrativa de Auster se torne en una fuente tan adictiva. Tal vez esa condición se deba precisa --o fundamentalmente-al hecho de que sus protagonistas, o casi todos ellos, comparten una peculiaridad común: son seres tomados por obsesiones capaces de hacerlos abandonar, súbita y abruptamente, el curso de sus propias vidas, de extraviar el rumbo de su propia navegación. Obviamente la vida de nadie es lineal ni, mucho menos, una autopista asfaltada. Cualquiera puede vivir con la sensación del zig-zag. Cualquiera puede convenir en que la vida está hecha de intersecciones extrañas y bifurcaciones insospechadas. O concluir, tal vez, que la realidad es mucho más misteriosa de lo que es capaz de admitirlo nuestra propia arrogancia. También bastaría pensar por un momento en el hecho de que podrían haber habitado en uno tantos destinos distintos como el número de caminos que hemos descartado en la vida. Sin embargo, cuando se tra ta de asociaciones inesperadas o de caminos que se bifurcan, nada se asemeja a las experiencias padecidas por los personajes que conforman la narrativa de Paul Auster. Puede que uno de tales personajes sea un escritor medianamente exitoso de novelas policiales que, por un capricho del azar, acepta el desafío de convertirse en un auténtico detective sólo por la aventura de resolver un misterio que la vida real le ha puesto por delante; pero nada nos habría hecho imaginar como lectores que, a la vuelta de una serie de singulares imprevistos, este personaje terminaría convirtiéndose en un indigente, forzado a vagar sin rumbo por las calles de Nueva York. Lo mismo ocurre con el pro tagonista de otra novela, quien se ve castigado en igual grado por el universo de azares tan recurrente en Auster. En este caso, el personaje en cuestión, un escritor de relativa fama, termina siendo el heredero, no sólo de toda la obra literaria inédi ta que ha dejado en sus manos su mejor amigo de la infancia antes de desaparecer de forma misteriosa sino que, de paso, le ha dejado también en comodato a su propia esposa. Tamaña herencia: una...

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