Cuidar la lectura del otro: sobre el oficio de librero

Los libreros no existen desde el principio de los tiempos. Existían los sacerdotes o líderes religiosos y civiles que velaban por cuidar aquellos pergaminos y tablillas que recogían la sabiduría de antaño. Podemos pensar en aquellos que cuidaban y velaban por la biblioteca de Alejandría, según dicen quemada por cristianos, o en el monje Jorge de Burgos, que resguarda celosamente el segundo tomo de la Poética de Aristóteles en la biblioteca de su Abadía según Umberto Eco en El nombre de la rosa. Estos no son libreros.Debemos llegar quizá, pensando en Occidente, al final de la Edad Media y los espacios de los mercados, en los sindicatos de artesanos, en la separación de los oficios, para pensar en la llegada del librero. Todo esto aunado a los anuncios paulatinos del Renacimiento y su búsqueda del orden clásico, de aquello que nos enseñaron los antiguos. La figura del librero por tanto está asociada a dos cosas: búsqueda de conocimiento y comercio de ese conocimiento. Es a partir de Gutenberg que podemos ver aflorar con fuerza este oficio, en su sentido mayor: su peligrosidad.Los libreros alcanzan cierta popularidad en tiempos de la Reforma, en la difusión secreta de los textos de Lutero y de Calvino y, luego del triunfo en diferentes países del quiebre con Roma, en su difusión abierta y constante. Los libreros empiezan a ser, además de vendedores de textos, editores de los mismos. De las carnes favoritas de las llamas en los tiempos inquisitoriales, los libreros imprimieron y difundieron textos heréticos, rosa-cruces, protestantes, diabólicos, paganos. El difundir el conocimiento ha estado más allá de los límites del poder del Estado y las Iglesias.Nada más peligroso que poseer una imprenta; nada más peligroso que seducir con la palabra.El gran tiempo de los libreros vendría con la Enciclopedia, y su importante labor en Francia y toda Europa, pero principalmente con la Revolución Industrial y la impresión masiva. No sabríamos quiénes son Dostoievski, Dickens, Dumas, Hugo, Balzac, Tolstoi, sin la larga labor de sus editores en periódicos, pero luego, en especial en el alcance de las traducciones, sin la paciente labor de los libreros, que llevaban a libro aquellas obras que empezaron difundiéndose por entregas en los periódicos europeos y norteamericanos. Los grandes libreros se gestaron en el siglo XIX, traspasaron fronteras, tomaron barcos, y llegaron a otros lugares del mundo. Esos libreros salieron de Sevilla, Madrid, París, Hamburgo y...

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