Las culpas del honor

Siempre había tendido a pensar que el antimilitarismo, como tema literario, había sido un producto salido directamente del horno de la Primera Guerra Mundial. Daba por sentado así que, mientras aún llegó a subsistir algo del culto al hombre en uniforme hasta la Belle Époque, había sido sólo el fango y la sangre de las trincheras lo que había llevado al francés Henry Barbusse, o a los alemanes Walter Hasenclever y Erich María Remarque, a despedirse del mundo de la guerra y concebir un lenguaje lleno de desprecio hacia el chovinismo de hierro y los corrales de la barbarie. Sin embargo, no fue sino has ta mi reciente descubrimiento de Arthur Schnitzler, y de la deslumbrante modernidad de este narrador austriaco de 1900, cuando pude percatarme de que allí se veía expresada ya la arrogancia de un estamento que nada bueno presagiaba para una Europa que, desde la década de 1870, había logrado convivir dentro de cierta civilidad. Mucho antes, pues, de que el Káiser o que el Emperador Francisco José resolvieran poner a prueba el honor de los suyos en las trincheras, Schnitzler ensayaba sus admoniciones en clave de literatura, haciendo de la fanfarronería militar, de sus fueros de casta, de su carácter altivo e intocable y de sus licencias frente al mundo civil una denuncia sobre las más peligrosas debilidades de aquella sociedad austriaca que, sin saberlo Âo sin percatarse de elloÂ, podía derivar pronto hacia el abismo. Lo curioso, en su caso, fue que Schnitzler se jugó el pellejo al denunciar los valores de un estamento que consideraba cada vez más jactancioso, soberbio y engreído mientras él mismo ocupaba una posición dentro del mundo militar austriaco. Su historia es la siguiente: en su condición de médico fue asimilado a la milicia luego de haber prestado servicio voluntario en 1882; pero en 1900, cuando el diario vienés Neue Freie Press serió su novela El teniente Gustl, Schnitzler fue dado de baja y despojado de su condición de médico-militar por un tribunal de honor que, sin muchos rodeos, llegó a la conclusión de que la obra en cuestión ofendía el honor del Ejército imperial austro-húngaro. Varias cosas intrigan acerca de la aparición de El teniente Gustl en aquel año que estre naba nuevo siglo. En primer lugar, aunque no pretendo que por ese camino discurran estos breves apuntes, sorprende lo que líneas antes califiqué como la asombrosa modernidad de su prosa. No en vano, mucho antes de que lo hiciera James Joyce, esta novela de Schnitlzer...

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