La dama sobre el teclado caliente

¿Jimmy Hendrix? ¿Y quién es ese?. Una risa coral estalló en la redacción de Exceso, ese labo ratorio orgánico de palabras hervidas y bien servidas, esa chistera de conversaciones inauditas y de todo tenor que salían como por arte de magia. Sabía todo de Mahler, distinguía las batutas a cargo y las versiones de arias y movimientos de las sinfonías de Mozart, pero la hondura de sus saberes como especialista que era en estética musical pasaba a trancos largos por encima de ciertos ritmos comerciales. No entiendo por qué gustan tanto esos cantantes que no cantan, solo brincan, supongo que para enmendarse, sonreía con pena ajena. Compasiva incluso. Nostalgia en el silencio que produce su ausencia, en medio del ruido idiosincrásico del que siempre abjuró, por no poder oírla. El acento colombiano empacaba un verbo fluido, preciso y precioso, trazado con rutas infinitas y surcado de lecturas profundas; egresada en Filosofía y Letras en la Universidad de Caldas, antes, con y después de la academia, no concebía la vida sin explicaciones, sin palabras, sin tinta. Son de libros las paredes de su casa. La suya y la del poeta Alfredo Chacón, su esposo amado y amador, otro lector insaciable, un enamorado por ahora silente; claro que también siguen forradas de discos, de ahí que su prosa tersa y elegante tuviera, tenga, tanta cadencia y ritmo. Canto. Estaba al tanto de autores que compartía como hallazgos y de versiones de piezas que yo desconocía, un privilegio hablar de música con ella, se referiría Jaime Bello León a la conductora de La nota clásica, compañera de la Emisora Cultural de Caracas. Señas, señera señora La nariz aguileña con la que olfateaba mejor el vino que las noticias frescas prefería la escritura razonada, aderezada con datos suculentos más que el ímpetu azaroso del periodismo, la sempiterna bufanda para defenderse del aire acondicionado y acaso de las nostalgias menos tropicales de su Manizales natal, el asombro como uno de sus gestos más característicos, a Valentina Marulanda le gustaba cocinar, reunirse con amigos, ir a conciertos cada domingo, el mar y el baile, y como quien comete una travesura, confiaría un día con expresión alegre el haber dado con un local en el que podían bailarse vallenatos hasta medianoche. La música popular no le era indiferente, no, y adoraba la musicalidad de Venezuela otra razón, según ella, para sentirse imantada, sobre todo ciertos géneros, como las tonadas de ordeño, el polo margariteño, los...

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