La democracia en Venezuela y III

De todos los mitos políticos y sociales que han agitado el mundo moderno a partir de la Revolu ción Francesa, ninguno como el mito de la igualdad conmovió y fascinó más a nuestro pueblo. Así pensaba Mariano Picón-Salas cuando escribió el ensayo Antítesis y tesis de nuestra historia, en 1939. De mito, la igualdad ha querido hacerse realidad. Tropieza, no obstante, con la imprevisión, y si a ésta le sumamos otros elementos, como la indiferencia o el conformismo dejar que el azar se ocupe de nuestro destino, podemos explicarnos nuestras caídas como nación. Pienso que las razones para reflexionar sobre la democracia en Venezuela no sólo son innumerables, sino también apremiantes. No abrigo dudas de que el venezolano profesa la democracia, pero a su manera. Como si la democracia fuera un regalo de los dioses, y no un sistema de vida que requiere defensa y participación. Dado que aquí se trata de fijar la atención sobre problemas capitales, pienso en uno entre tantos, pero primordial: los periodos constitucionales y su duración. Una visión contemporánea de la democracia supone, en primer término, la alternancia en el poder y, por consiguiente, son indispensables periodos constitucionales que la preserven de las tentaciones monárquicas, o su versión republicana de las presidencias vitalicias que, fatalmente, se nutren del culto a la personalidad y de otros anacronismos. La cuestión de los periodos constitucionales no es banal. En Venezuela hemos probado diversas fórmulas desde la República de Páez: los de cuatro años, sin reelección inmediata. La dinastía de los Monagas y la tentativa frustrada de José Tadeo, de seis años. Los de Guzmán, el septenio, el quinquenio y el bienio, periodo de dos años evidentemente ideado para entretener a los peones del ajedrez personal del caudillo. Los seis de Castro y los siete de Gómez. López Contreras los rebajó a cinco. Todos, extrañamente, con reelección aunque no fuera inmediata. En la gran Constitución de 1961 se optó por la peor de todas las normas, los periodos de cinco años, con reelección al cabo de diez. Me atrevo a pensar que los presidentes que volvieron en la década de los noventa no encontraron solaz ni complacencia, y menos gloria. Tal fórmula contribuyó a erosionar el sistema democrático, a esterilizar los partidos y a erosionar las ventajas de la alternancia en el poder. ¿Por qué la no reelección ab soluta estuvo siempre ausente del debate? ¿Por qué no se propuso antes y por qué, al parecer, no...

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