Como un demonio feliz

He aceptado con entusiasmo y gratitud la invitación a participar por Venezuela en esta teleconferencia en celebración del centenario de José María Arguedas, a quien aprecio como figura cimera de la literatura y las ciencias sociales en nuestro continente. Ya que me corresponde iniciar la ronda, voy a intentar una mirada panorámica, dentro de la necesaria brevedad, que destaque las principales razones de mi aprecio, esas que podrían convidar hoy a muchos, en especial a los jóvenes, a ofrecerle el mejor homenaje, que es la atenta lectura de sus obras. Dedico esta exposición a varios apreciados colegas y amigos arguedianos que en diversos momentos y lugares me animaron a mí a leerlo y me ayudaron a comprenderlo: Nelson Osorio, William Rowe, Raúl Bueno Chávez, Julio Ortega, Martin Lienhard y, muy especialmente, el recordado maestro Antonio Cornejo Polar. La primera de las cinco ra zones es el raro privilegio del que fue dotado Arguedas por azares biográficos: esa doble sensibilidad, capaz de percibir, comprender y sufrir como propias vivencias culturales y concepciones del mundo enfrentadas en diversas esferas de la realidad. Las circunstancias son conocidas: genéticamente blanco, destinado en principio por su origen familiar a ser miembro de una clase de señores rurales, poseedor más tarde, gracias a sus propios esfuerzos, de una distinguida cultura literaria y de una no menos distinguida carrera como etnólogo y folklorista, quedó también marcado de por vida por la huella entrañable de la crianza indígena gracias a la maldad de su madrastra quien con ello creyó castigarlo y por la permanente cercanía y fraternidad con las comunidades quechuas y mestizas. Son estas peculiaridades de su formación bicultural y bilingüe las que le permiten percibir hondamente ese choque de culturas, estudiarlo científicamente, expresarlo de manera cabal desde la entraña de su narrativa y buscar en toda ocasión la posibilidad de una integración transculturadora, donde el choque de los odios ancestrales pudiera convertirse en diálogo productivo y salvador. Envidiable destino lo lla mó Gustavo Adolfo Westphalen 1976: 349 y añadió: poseer un doble instrumento de captación de la vida y el universo, expresarse libre y gozosamente en dos idiomas de tan diversas estructuras y posibilidades, aprovechar de todo el rico acervo de dos tradiciones antiquísimas, y en muchos casos, disímiles y contradictorias ... no tener que repudiar parte alguna del doble legado. Envidiable y...

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