El golpe de Estado como milonga

Me gustan los libros sobre golpes de Estado. Los leo como si fueran novelas negras. En tiempos pasados los abordaba con ánimo de escolar que desea descifrar claves y, de ser posible, beneficiarse de las lecciones. Al tiempo aprendí que no sirven para nada, pero a uno le dan la sensación de que, en efecto, se prepara, se entrena, se adiestra. El que no sirvan no es culpa de los libros, porque en verdad, nadie puede aspirar a que la gente ande como loca intentando practicar algo tan riesgoso, tan anacrónico, tan efímero. Además, es casi una ociosi dad que un civil se aficione a algo tan ajeno a sus afanes como un golpe de Estado. Este es un asunto para militares. Y supongo que a estos los catecismos no les hacen falta. Así, de poco han de servir Considera ciones políticas sobre los golpes de Estado de Gabriel Naudé siglo XVII, Técnica del golpe de Estado del italiano Curzio Malaparte. O Manual práctico del golpe de Estado del norte americano Edward Luttwak, o el más reciente, How to Stage a Military Coup: From Planning to Execution de Ken Connor y David Hebditch, también estadounidenses. No deja de ser curioso que en un país donde nunca se dio un golpe de Estado, proliferen los teóricos. Algo indica esto: escriben para los otros, para los latinoa mericanos o los africanos. O los marcianos. He vuelto a revisitar estos ma nuales por simple curiosidad. Para comprobar, quizá, que no tienen nada que ver con la realidad ni con el tiempo. Que son novelas negras, tramas que no pasaron del esquema, promesas destinadas a la confusión de los pobres de espíritu. No deja de ser curioso que algo tan dramático como un golpe de Estado se haya convertido en los últimos tiempos en un muñeco de trapo en Venezuela. Durante trece años hemos estado sometidos al suspenso, al temor, al desvelo. Ahí viene el lobo, gritan desde Miraflores, y los encargados de repetir repiten: Ahí viene el lobo. Y es mentira, no hay ningún lobo a la vista, todo es una invención. O, para decirlo con mayor claridad, un truco. Un trapo rojo. Y mientras el toro embiste el trapo, le clavan las banderillas, cuando no el estoque. Durante cierto tiempo el cuento del golpe de Estado fue útil. No hay duda. Fue una invención diabólica. No tanto maquiavélica, porque es demasiado pedir a conspiradores tan elementales. Sirvió, sí, para crear el fantasma del imperio que estaba a las puertas de Venezuela, con sus cohetes nucleares apuntando a la estatua de Bolívar. Para afrontar tan grave amenaza era...

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