La herencia del mago

La era de Hugo Chávez no ha concluido. Los alcances de su gestión deben ser entendidos menos por lo que él mismo puso en ellos que por la naturaleza del escenario donde discurren y por la fecundidad con que prendió aquel programa en el tejido social. El prestigio del poder como objeto de análisis suele desplazar su contexto, y es en este donde debemos ir a buscar explicaciones de lo inusual, las respuestas de la novedad desconcertante. Nunca antes hubo tal concentración de poder en un solo hombre, durante tanto tiempo, y en un tiempo que debía ser incompatible con los estilos y la vocación de su modelo de enmienda.Caudillismo, nacionalismo, apelación a las emociones, desdén por la sociedad del conocimiento ya no eran características de un modelo viable en el mundo de la postguerra.Y, sin embargo, ese modelo ha sido ejecutado durante 14 años en la sociedad venezolana del siglo XXI sin escándalo ni desconcierto. Las consecuencias para la estructura general de convivencia y la herencia societaria han sido claramente negativas, pero el orden primario parece resistir imperturbable, adaptándose a un funcionamiento casi inercial, capaz de reproducir aquella eficacia mínina para permanecer. No deja de asombrar que el marco de ese anacronismo haya sido, hasta ahora, el esquema que por excelencia ha reivindicado la sociedad occidental para construir un estado de bienestar: constitucionalismo, ejercicio electoral, separación de poderes. No entraré a discutir bizantinismos, como el llamado secuestro de esos poderes o la adecuación de la legislación.Me interesa poner de relieve la responsabilidad del conjunto de los acordados en los resultados reales de ese acuerdo. Si Chávez y el chavismo representan una patología, un gesto de mínima honestidad obliga a reparar en su fisiología, y aun en su ecología.Habría que preguntarse de dónde sale la sociedad venezolana que opta en 1998 por una ruptura de su paradigma de administración pública, y qué espera. Las expectativas de ese cambio parecen en un primer momento bastante simples: mejor distribución de la riqueza, eficacia en la diligencia pública, menos corrupción. Que previamente haya asistido impasible a un intento violento de abolición de aquel paradigma ya advierte de una actitud en la que podrían caber otras exigencias. El espectáculo de crimen e impunidad que esa sociedad ha rendido como alto precio nos dice que las fuentes de aquella redención van más allá de la sola equidad material: se trata de una...

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