El inexistente techo de Salomón

El capitán Marcos Reyes, de la Inspectoría de Transito Terrestre, ubicada en San Jacinto, Maracay, es fanático del fútbol. En su oficina tiene un televisor de 21 pulgadas, donde lo primero que hace cada vez que lo enciende, es buscar si hay algún partido, así sea repetido, para deleitarse mientras transcurre la faena de ponerle orden al tráfico de la ciudad donde nació Juan Arango.Ariam Ramos es economista, tiene 25 años de edad, y trabaja en una de las grandes instituciones bancarias del país. Se desvive por Iker Casillas, al que considera uno de sus grandes ídolos, y por el Real Madrid; una pasión heredada de su padre, un español que llegó a Venezuela hace más de 40 años. Fanática del balompié, se reúne con sus amigos en su casa o en algún restaurant para ver los partidos de la Vinotinto.Ellos, como muchos desde el martes, representan dos ejemplos de personas comunes y corrientes, a quienes les gusta el fútbol y admiran con devoción casi celestial a una de las piezas claves de la selección nacional. A uno al que consideran humilde, trabajador y entregado, tanto dentro como fuera del césped: José Salomón Rondón.Futbolísticamente, muchos dudaron de que el paso del caraqueño al fútbol ruso le produjera algún beneficio.No obstante, el oriundo de Catia se ha encargado de demostrar que irse desterrado del calor de las costas de Málaga y la notoriedad de jugar en la mejor liga del mundo, la de España, a las estepas de Kazán, una de las zonas más frías del centro de Rusia, lejos de la atención de los grandes medios y sin cobertura televisiva cada fin de semana; no fue un desacierto, sino un paso necesario para crecer.En Kazán, Rondón encontró madurez futbolística y emocional. El ariete es hoy más fuerte e inteligente sobre la cancha. El partido del martes pasado, contra Colombia, es una muestra de todas las herramientas aprendidas en su pasantía por Rusia. Si bien, físicamente siempre fue un portento, el énfasis del juego ruso en trabajar lo físico lo ayudó a ganar en...

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