Un italiano en Venezuela: Gaetano Bafile

En la estrecha y revuelta oficina que en ese tiempo servía de redacción, gerencia y administración a La Voce d?Italia, uno de los periódicos en italiano que se editan en Caracas, el director Attilio M. Cecchini, un periodista que por su físico parece un galán de cine italiano, tomó como cosa propia la misteriosa desaparición de siete compatriotas. En una reunión informal con su jefe de redacción, Gaetano Bafile, decidió investigar a fondo, por cuenta del periódico y sin recurrir a la policía, hasta descubrir la verdad. Con el obstinado y minucioso método del periodista italiano, que es capaz de armar un tremendo escándalo nacional partiendo de un cadáver tan modesto como el de Vilma Montesi, pero que en todo caso suele llegar siempre primero que los detectives al nudo de un problema, Bafile dedicó varias semanas a recorrer, paso a paso, los últimos pasos dados en Caracas, por los siete compatriotas desaparecidos. Pero en 1955, con la ciudad controlada por los 5 mil ojos de Pedro Estrada, las conclusiones a las que llegó el periodista eran un pasaje sin regreso para la muerte. Un funcionario de policía, que se dio cuenta de los progresos de Bafile en su investigación, lo previno cordialmente: --No camine sobre dinamita. Del libro Cuando era feliz e indocumentado de Gabriel García Márquez: Cuando el portón del colegio donde había permanecido largos años se cerró a sus espaldas, para Gaetano Bafile la libertad fue un vértigo que le estremeció la espalda. Lo primero que percibió fueron los ruidos y las voces que llenaban el silencio de la calle. Ruidos y voces que se superponían, se mezclaban, se perseguían con la anarquía de la indisciplina. Apretó a su cuerpo la máquina de escribir que, a decir de su mentor, lo habría ayudado a sobrevivir en la soledad y antes de alejarse para siempre volvió a mirar ese palacio enorme y gris que lo había acogido cuando, al quedarse huérfano, sus tíos pensaron que allí encontraría educación y estudios. Nunca olvidaría el día en que había llegado, niño de seis años flaquito y larguirucho, llevando adentro un hueco enorme tras la pérdida de su madre antes y de su padre después. Recuerdo doloroso que atormentó su vejez en esos momentos en que el tiempo se contrae y el pasado desborda el presente. Allí conoció la crueldad por mano de un sacerdote durante los primeros años y la bondad por mano de otro sacerdote, Don Mario Brusca, quien felizmente llegó a tomar más tarde las riendas del colegio. Fue Don Mario...

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