Kurtz en Wall Street

Si uno mira ligeramente el destino de Jordan Belfort, 51 años, especulador en el que se basa la película de Martin Scorsese, El lobo de Wall Street, reconoce al ti mador que seducía a sus clientes para que invirtieran en empresas chatarra.Pero si uno acerca más el lente, resulta curioso lo que nos muestra la definición de la imagen: es como leer un capítulo de El cora zón de las tinieblas, esa magnífica novela de Joseph Conrad.El viaje de Marlow por el río Congo en busca de Kurtz tiene mucho de descenso a la oscuridad del alma humana. Se leyó como una crítica al imperialismo depredador. Y una gran reflexión sobre los límites de la locura.Jordan Belfort nació a princi pios de los años sesenta, en una familia de contadores que vivía en Nueva York. Tal vez pensó que quería ser odontólogo, pero rápidamente le hizo caso a una intuición: era bueno para vender cualquier cosa.Belfort aprendió una de las pri meras lecciones importantes de su vida el 19 de octubre de 1987, cuando los mercados de valores de todo el mundo colapsaron. Ese lunes negro que arrancó en Hong Kong hizo estallar por los aires la empresa donde trabajaba este pichón de aventurero: Rostchild, compañía conocida por ser emblema del viejo dinero’’.Si algo tenía Jordan Belfort es que era rápido y aprendía a la velocidad de la luz. Encontró un espacio en una compañía montada por brokers anónimos que vendían penny stock, acciones valuadas en menos de un dólar.Operaban con empresas peque ñas, que no tenían futuro o que nadie las podía ver. Y allí Belfort les dio una clase magistral a sus amigos. Hacer pequeñas fortunas a partir de centavos.De este trampolín saltó a una empresa propia, Stratton-Oakmont, una firma de operadores bursátiles. Así nació su leyenda.Entrenó a sus empleados para que no tuvieran compasión con nadie. Debían ser sanguinarios.Llegó rápidamente a la cúspide.La revista Forbes lo celebró como un yuppie modelo de Nueva York.Lo llamaron el Robin Hood de Wall Street: les robaba a los ricos para dárselo a sus amigos y a sus brokers sanguinarios, decían.No era del todo verdad. Los in versores a los que convenció para que se metieran en negocios peligrosos terminaron en la ruina.Belfort sabía seducir a los clientes para que invirtieran en compañías...

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