Yo y mi partido, mi partido y yo

No pocos pensaban que la muerte del autócrata acababa con la autocracia. Y lo pensaban afectos y opositores, omitiendo procesar las señales bastante notorias de que en los últimos años el poder personalista dejaba lugar a uno más corporativo, no ligado a instituciones visibles sino a la distribución de cuotas de poder entre grupos o tribus enquistado en varios rincones del aparato estatal.Esta nueva configuración ha necesitado no sólo tiempo sino violaciones flagrantes a la Constitución y purgas específicas para conjurar las tormentas que amenazan con echar a pique el buque fantasma en el que se convirtió la nación. Quizás ya no caigan rayos y centellas sobre el maderamen, pero el mal clima persiste. Algunos se complacen en sugerir que la oposición ha contribuido a nivelar el timón, y con ellos vuelven las sirenas de la antipolítica a tratar de equivocar el rumbo. Cuando digo antipolítico me refiero a dos cosas que van juntas: la desconfianza hacia los partidos políticos como instrumentos de la política por una parte, y por la otra la creencia no siempre muy articulada, pero siempre presente de que la solución no es política sino técnica el discurso de que lo que hace falta es gente capaz o sabia o también providencial: una partida de nacimiento, una catástrofe, una revuelta, un mesías, un mártir.Quizás habría que dar un paso atrás y preguntarse si las condiciones que dieron origen al chavismo han sido superadas. Me inclino a creer que muchos aspectos de esa configuración siguen larvados, sin desarrollo: el principal de ellos, el de los medios o condiciones para la acción política, es decir el tema de los partidos. El chavismo como sus predecesores gomecista y perezjimenista se instala con pretensiones explícitas de acabar con los partidos, y a despecho de su intoxicación doctrinaria que por cierto, bien necesita altos estudios para ser dilucidada y a despecho igualmente del usufructo que la parasitaria izquierda internacional, aún tiene el hueso militar y la sangre antipolítica de su origen. Y eso es como un seguro contra el naufragio porque conecta con una cultura política que no...

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