Populismo mágico

Domingo Faustino Sarmiento, hombre de vocaciones múltiples y tal vez uno de los pensadores latinoamericanos más prestigiosos e influyentes del siglo XIX a quien los venezolanos debemos que haya honrado con el grado de brigadier general del Ejército argentino a José Antonio Páez quien, si a ver vamos, debería ser tenido como verdadero padre de la patria, pues impidió que la venezolanidad se diluyera en el megalómano delirio gran colombiano de Bolívar concibió, en 1850, como capital de unos ilusorios Estados Confederados del Río de la Plata, una ciudad que llamó Argirópolis, la cual estaría ubicada en la isla de Martín García; una ciudad de plata que prefiguraba empresas urbanas de gran escala como Brasilia o Ciudad Guayana, pero asimismo ensoñaciones de alto vuelo como Macondo, Comala y Santa María, mucho antes de que García Márquez, Rulfo y Onetti imaginaran sus territorios.No intentamos desplegar aquí un catálogo de lugares ficticios; queremos sí, contrastar la pro puesta del autor de Facundo, cimentada en razones históricas, políticas, geográficas y económicas, pero inviable por utópica, y las invenciones del colombiano, el mexicano y el uruguayo con un concepto que, por estos días, anda de boca en boca entre legos y eruditos, el realismo mágico, porque creemos que no alude exclusivamente a una categoría literaria, sino también a una toma de partido por lo extraordinario, a una apuesta existencial que se expresa en una cosmovisión determinante tanto de las conductas individuales como del comportamiento colectivo y abarca desde el modo de gobernar hasta las formas de insurgir contra el poder.La invención y descripción de un ámbito espacial, de sus paisajes y sus habitantes requiere de un considerable esfuerzo creativo, no para ser original lo que a la larga puede redundar en ordinariez sino para despertar el interés del lector, si se trata de un libro, o del espectador en el caso de las artes escénicas y visuales. Similar derroche de energías exige parlotear incesantemente sobre lo que debe hacerse sin plantearse, ni por asomo, el cómo y el cuándo. No menos invectiva se necesita para vender milagrosas pociones y brebajes ideológicos con la promesa de remediar to dos los males, sabiendo que se agravarán, pero que la fuerza de la costumbre y la resignación y porque la esperanza, ya se sabe, solo se pierde cuando ya no queda más nada que echar a la basura aconsejan ingerirlos en plan de peor es nada.Por ese sendero empedrado de demagogia se...

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