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Los Retazos de Horacio Biord

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Vincent

Los poetas escriben retazos de vida, alegrías y sudores. Pero más allá de lo que a sus ojos se presenta, esos retazos se trocan en tales con una misma tijera. Quien siga el derrotero por el que Horacio transhuma, oirá los golpes de una misma fuerza existencial. Esa fuerza -como un destino- llama a vivir, revivir y transvivir; nunca a destruir. Horacio ha querido destruir los textos numinosos que presenta como otro gran poeta, Cruz Salmerón, hizo. Sólo la presencia latiente de otro poeta, Ramos Sucre, impidió ese despropósito. Con este último se encuentra y pacta Horacio y decide entregar lo que, al escribir, ya no le pertenece. Ahora son nuestros, como donación luminosa, unos ricos textos que dibujan la soledad, la presencia y Dios. Huele al Siglo de Oro, a España y a San Juan de la Cruz. ¿Y por qué no ha cedido al gozo íntimo y fruitivo de reservar los carnosos textos? Porque tal acto habría sido mortal ejemplo para noveles escritores nativos cocidos de miedo. Así de sincero y paterno es el dictum de Horacio. Difícil hallar el estro y Horacio -como San Juan en la vía estrecha- acciona un sonido. El estro -figura de inspiración- es, confiesa Séneca, un insecto cruel y de áspero zumbido. De él huye la vacada, al poeta le alienta y zahiere los oídos. Se le busca y se le teme. Pero se le necesita. Si otros hallaron claves -ese es Horacio- ellos sembrarán de huellas los bosques para que otros caminen. El poeta es un caminante: solo, acompañado, bendecido. A ello, a las "playas del cielo", a la "íntima perfección", arriba Horacio tejiendo poesía. Poesía sutil, cuidada y sinuosa. Esa poesía recrea la naturaleza -como en nuestro Nativismo- tropieza la montaña y la convierte en gentes que duermen, e invoca al amor divino y a la amada. Así: una cima duele y los azules se desatan en tormentas. Huele a Antonio Machado. Clamar por los campos hasta resucitar una flor es "revisitar" a Azorín y sus campos de Castilla. Tanteos, pasos y dolor de...

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