La sangre viva A propósito de El hijo y la zorra de Miguel Gomes

Primera estampa: Un hombre divorciado, anodino, que vive en los suburbios de una ciudad del Este americano, tiene un régimen de visita para ver a su hijo de 6 años. Con el niño juega a los vaqueros, a ladrón y policía, correteando por toda la casa. Un día el niño se despierta de una siesta dominguera y, sin saberlo, encuentra un arma en una de las gavetas de la cocina. La toma y va hasta donde está el padre, sentado en un escritorio, para apuntarle por la espalda. El niño quiere reanudar sus juegos de ladrón y policía y no sabe que su pistolita es real. Con el escueto título de La espera, el narrador que es Miguel Gomes resume en nueve páginas lo que en la realidad podrían ser cinco segundos. ¿Muere o no muere el padre bajo la amenaza inocente del hijo? Es la pregunta que queda suspendida en el aire. Segunda estampa: Una mu jer viuda, también de los suburbios americanos, contrae una enfermedad que la vuelve una sorda perfecta. El mundo es lo que ve, huele o toca, pero nada más. Aficionada a los documentales de Jacques Cousteau, le fascinan esos espacios acuáticos, submarinos, donde las criaturas flotan junto a ella, que también se proyecta ingrávida en la inmensidad azul de los océanos. Como herencia familiar de un marido que muere prematuramente pero a quien recuerda y evoca en todo momento, la mujer tiene un hijo treintón, algo obeso, aburrido y predecible. Se comunican por papeletas cuando la mujer tiene dificultades para leerle los labios. Con la frase El mundo del silencio se ha querido titular un relato donde la mujer prefiere imaginarse flotando al lado de un cetáceo que encarar la realidad torcida de un hijo cuyo oficio secreto, nocturno, es matar prostitutas. También frente al asesinato, la mujer guarda silencio. Tercera estampa: Un apren diz de escritor, con innegable talento, escribe un relato breve, especie de opera prima, y se la da a leer a sus allegados: compañero de biblioteca, amigo del trabajo, esposa devota y abnegada. El problema es que todos sus lectores Âcompañero, amigo y esposaÂ, después de leer la pieza, contraen indefectiblemente, tarde o temprano, un cáncer terminal. Cuento que da cáncer es el título que el autor ha dado a este relato para justificar que el aprendiz de escritor permanezca siempre inédito. Su escritura, podríamos decir, es un arma asesina, y por ello la lectura se vuelve un acto imposible. Nadie conocerá ese talento, nadie admirará esas virtudes. Es hasta previsible que el genio desconocido no escriba más, pues de hacerlo no hace sino...

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