Tierra de sangre

Todavía se desconoce cuántas víctimas hubo. Los cálculos son obscenos, por las cantida des en juego. Los más ingenuos hablan de varios centenares de miles y tratan de no levantar la polvareda, los más angustiados muestran las cifras y les tiemblan las manos. Casi 20 millones. Los soviéticos, que manejaron con singular maestría el cinismo, eliminaron los términos grupos sociales y grupos políticos de la definición de genocidio que la Organización de Naciones Unidas discutía para proteger no sólo a los grupos étnicos del exterminio. Social y político fueron presentados como términos nebulosos, imposibles de delimitar, con lo que Stalin, el Koba, quedaba con las manos libres para perseguir a los contrarrevolucionarios, a sus adversarios, y exterminarlos sin que se le pudiera calificar de genocida. Simple juego de palabras. En los campos de concentración y en los gulags murieron más rusos que en el campo de batalla. Con el agravante de que muchos soldados que volvían sanos y salvos del frente eran conducidos a centros de reclusión en los que morían de hambre, extenuación y palizas de los carceleros. El socialismo soviético no trataba como humanos a quienes les colgaba el sambenito de opositor o de enemigo. La consigna cuando el padrecito Stalin la emprendió contra los kulaks de ucrania, que eran como denominaban a los propietarios de cualquier parcelita de tierra, era que harían jabón con ellos, una meta poco santa para quienes prometían la imposición del socialismo, el mañana...

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