La Tortuga en temporada santa

Creo en la lentitud.No entiendo el afán por llegar si estás en el mar. Son 12 ho ras desde Puerto La Cruz hasta La Tortuga empujados por el viento. Vamos directo hasta Punta Delgada, la zona con más servicios, donde quedan la posada, la pista de aterrizaje, el puesto de la guardia, las rancherías de pescadores y el par de tarantines donde sirven pescado frito y arepas.Sólo había tres veleros y una lancha, lo cual resulta muy peculiar porque en Venezuela los veleristas compiten con el oso frontino en las listas de especies en peligro de extinción.Coincidimos con sus tripulantes en el rancho de Moncho, un pescador que tiene sus aposentos hacia un extremo de la playa, lejos de los demás, con un mesón de madera extraordinario y una sombra perfecta.Caminandito por ahí el lu nes 25 nos invitaron a comer un asado argentino, chistorras y ensalada. Conversamos sabroso sobre los percances de la vela y los años en el mar. La pareja de argentinos estaba de paseo con otra de venezolanos que acaban de vender su velero después de 20 años para adquirir uno más pequeño y ligero. Los dueños del hogar flotante eran un español casado con una zuliana y su niña de 9 años, divertida y precoz.En el otro estaba un auténtico porteño; contaba las veces que se había casado, las propiedades que tenía y que ponía a la orden y su vida en un pueblo de oriente. Lo acompañaba una pareja. Se habían conocido por Internet y compartían la pasión por el viento. El otro velero era de un par de venezolanos que viven sobre el mar, anclan donde los conduzca el viento, se quedan hasta que se les acaben las provisiones y 3 veces al día bajan a la playa para que sus dos perros estiren las patas y hagan sus necesidades.El gato se conforma con los 36 pies del hogar.Cuando empezaron a llegar los dueños de yates, quedaron en claro nuestras diferencias.Hay una polémica eterna entre quienes se mueven a motor y quienes nos dejamos llevar por los designios de la naturaleza.Les decimos camioneros. En estos días supimos que nos di cen pedigüeños. Así de crudo.Me lo dijo una señora muy directa de quien después me hice buena amiga. Confieso que quedé picadísima. Pero tiene su punto. Se nos acaba el hielo, no tenemos planta, el espacio es reducido y el agua dulce es un tesoro. Claro que eso no le ocurre al último velero que llegó, con 56 pies, muchas velas, precioso, distinguido, 2 entradas, tripulación. Una verdadero gentleman del mar. Sus dueños, un norteamericano con su esposa de Dinamarca y su...

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