Vuelva en treinta días

Luego de permanecer un mes en Europa, escuchando en París o en Madrid quejas que entre nosotros son viejas y comunes y que allí tienen todavía el perfil de una nueva inquietante realidad desempleo, una corrupción que salpica al mundo político de izquierda y derecha, uno regresa a Colombia para encontrarse de nuevo con los mismos temas que invaden noticieros y páginas de opinión.El proceso de paz, por ejemplo, sigue produciendo una hirviente polarización. No nos deja tranquilos. Aún no sabemos adónde nos lleva. Por otra parte, diga lo que diga el Gobierno, la inseguridad asusta. Detrás del paro del Catatumbo se advierte la mano secreta de las FARC moviendo en el país una explosiva carga de protestas.Y, ¡cuidado!, las zonas de reserva campesina, con sus asociaciones de juntas comunales congregadas bajo un comité directivo controlado por los brazos políticos de la guerrilla, son su nuevo instrumento de poder en todo el país.Sobre esto me disponía a escribir, cuando recibí la visita de un viejo amigo venido de Toca, el pueblo boyacense de mi padre que ha sido visto por la prensa como el municipio de Colombia más pacífico y seguro. Alejandro Pinzón así se llama mi amigo, a punto de cumplir 70 años de edad, vive hoy un drama que comparte con cientos de miles de colombianos: el de aguardar el pago de una pensión que ha cumplido con todos los trámites legales.Luego de un número infinito de cartas, solicitudes, derechos de petición y, finalmente, de tutelas y fallos judiciales a su favor, cada vez que este paisano se acerca a las oficinas de Colpensiones...

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